Me duele el intestino delgado. Tengo una gran bola de plomo a dos mil grados inmóvil en el centro de mi ombligo. Me duele. No puedo pensar en otra cosa que no sea este dolor incandescente que pesa y no deja que me levante.
Creo que se está expandiendo, se hace más grande. Ya está arañando los riñones. Cuanto más me retuerce los órganos, más sudor lubrica mi cuerpo. Duele. Retuerzo las sábanas apretando los puños como si quisiera atravesarme con las uñas las palmas de las manos, como lo siento por dentro. Cada vez el dolor se expande más rápido: Apéndice, intestinos, riñones, estómago. Tengo un maldito perro rabioso agarrado a mi pobre encía gruñendo por no soltarla. A cámara rápida se van reproduciendo las garras que estrujan mis teclas vitales para servirse un zumo. Respiro, respiro, respiro, respiro queriendo quedarme con todo el oxígeno de la habitación. ¿Qué coño será esto? Tengo que ir al médico. Me estoy muriendo ¿Qué he hecho? ya no hay aire, ya no hay techos inmundos, ya no hay nada que no sea este terrible dolor. No puedo más.
Empuñé las manos y desde el ombligo arranqué la camisa de mis entrañas. De repente, salió de mí un grito agudo y potente encadenado a , una detrás de otra, un coro de voces desgarradas que empujaban hacia fuera. Ocupaban todo el espacio mientras destrozaban todo lo que había a su paso. No paraban de gritar ni para respirar. Gritan demasiado fuerte. Gritan demasiado, gritan como si no hubieran gritado en sus vidas. Gritan, gritan, gritan, me uno.
Al rato, se fueron deshinchando. Fueron bajando el volumen, dejando la dulce paz del mute. La calma cae desde el techo, como ceniza suspendida en el aire, con sus juegos. Salen de mi cuerpo abierto un ejército de insectos negros corriendo al compás de esta cámara lenta que ahora me envuelve, lo envuelve todo. Con calma, no hay prisa, pero ligeros. Tic-tic-tic-tic, con sus largas patitas - Adiós, adiós...-
Mejor, mucho mejor.
Creo que se está expandiendo, se hace más grande. Ya está arañando los riñones. Cuanto más me retuerce los órganos, más sudor lubrica mi cuerpo. Duele. Retuerzo las sábanas apretando los puños como si quisiera atravesarme con las uñas las palmas de las manos, como lo siento por dentro. Cada vez el dolor se expande más rápido: Apéndice, intestinos, riñones, estómago. Tengo un maldito perro rabioso agarrado a mi pobre encía gruñendo por no soltarla. A cámara rápida se van reproduciendo las garras que estrujan mis teclas vitales para servirse un zumo. Respiro, respiro, respiro, respiro queriendo quedarme con todo el oxígeno de la habitación. ¿Qué coño será esto? Tengo que ir al médico. Me estoy muriendo ¿Qué he hecho? ya no hay aire, ya no hay techos inmundos, ya no hay nada que no sea este terrible dolor. No puedo más.
Empuñé las manos y desde el ombligo arranqué la camisa de mis entrañas. De repente, salió de mí un grito agudo y potente encadenado a , una detrás de otra, un coro de voces desgarradas que empujaban hacia fuera. Ocupaban todo el espacio mientras destrozaban todo lo que había a su paso. No paraban de gritar ni para respirar. Gritan demasiado fuerte. Gritan demasiado, gritan como si no hubieran gritado en sus vidas. Gritan, gritan, gritan, me uno.
Al rato, se fueron deshinchando. Fueron bajando el volumen, dejando la dulce paz del mute. La calma cae desde el techo, como ceniza suspendida en el aire, con sus juegos. Salen de mi cuerpo abierto un ejército de insectos negros corriendo al compás de esta cámara lenta que ahora me envuelve, lo envuelve todo. Con calma, no hay prisa, pero ligeros. Tic-tic-tic-tic, con sus largas patitas - Adiós, adiós...-
Mejor, mucho mejor.
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