viernes, 23 de septiembre de 2016

LA HISTORIA DE AMOR DE ADOLF


      No sé si será Octubre o todo lo que le rodea, o sea el cinco. Como siempre no sé, no sé, no sé qué más puedo pervertir con los pensamientos enfermos, que creo enfermizos para mi otra mitad. Para volver a empezar, hoy me pegaría con alguien tan fuerte que no le dejaría respirar. Sólo por mí, sólo por pegar. Gratis, sin ningún motivo más que querer destrozar algo que respire y piense dentro del antropo centro del uni verso de la mitad más codiciosa de mi propio pensar miento. Antes era miedo, luego me empecé a asustar. Ahora soy miedo a medio camino que queda por escalar.
De pronto, un ruido extraño acechaba mi ventana y me abstraía de mis pensamientos conmigo mismo. << ¿Qué será?>>  me pregunté con la manta envuelta en mi cuerpo y sujeta en el pecho. Calcé mis zapatillas de estar por casa de conejito y anduve cauteloso hasta la ventana. Dios mío, eran una capa roja y unas mallas azules que envolvían unas piernas preciosas. Me acerqué más decidido, me quité la manta, me peiné el bigote, destartalé un poco mi pelo y abrí la ventana. << ¡Ay mi madre, si es Superman!>> pensé con los ojos desorbitados. —Pe... Pero oiga ¿Es usted Superman?— <<Ay madre que está llorando, pobrecito mío. >> pensé compasivo —¿Qué te pasa?— me miró con los ojos ensartados, apretó los labios y me dijo, —No me pasa nada— obviamente, no le creí — Ah… De acuerdo. Pues ¿Qué haces aquí tan triste en mi ventana?— — Nada— acabó ese nada tan rápido como le obligó el nudo que retenía con fuerza en la garganta. —Entiendo— le dije. Se hizo un silencio mientras mirábamos al frente —Oye… hace un poco de frío aquí fuera ¿Quieres pasar? Tengo té rojo recién hecho— mentiiira, pero quería que esos músculos y ojos caídos quisieran entrar. — De acuerdo. — Y entró volando por la ventana.
Mantuvimos una conversación  de horas. El pobre al principio estaba más callado, así que no paré de hablar y hablar contándole mis penurias y pecados. En algún momento de mi discurso sobre mi monotonía letal, me cortó en seco y dijo, — Es que ese es el centro de todo. Te levantas por la mañana, te vistes, te  pones el traje de malla, los calzones y la capa y encima el traje normal, vas al trabajo con tu pinta de pardillo y luego sales a salvar vidas a pecho descubierto. Pero cada vez que vuelvo a trabajar, vuelvo a ver que la gente está amargada igual. Que da igual lo que haga, que mate villanos o trillanos, da igual. Todos seguirán sin conformarse y sufrirán igual. Da igual el villano que aniquile o el ladrón que atrape. La gente sufrirá igual. Y me da rabia e impotencia ¿Sabes? Joder… mucho mejor, la verdad.— Algo me impulsó a acercarme a él en el sofá y coger su mano. Me miró fijamente y nos besamos con pasión. De pronto paró en seco, me apartó, me miró a los ojos y se fue a su súper velocidad.
Pasaron los días  y seguía sin noticias de Superman. Volví a recorrer todas las avenidas que me oprimían para matar el tiempo, pero ninguna noche aparecía. Decidí escribirle una carta y dejarla en la ventana por si algún día que pasara la viera y se la quisiera llevar.

Sí, ya sé, ya sé muchas cosas que no querría saber. Pero es ese remolino aislado de tu pelo engominado, el que no me deja dormir. Tú me has despertado de este insomnio que ya es parte de mí. Cansado de las mismas avenidas, cansado de mí. Ojalá pudiera también sobrevolar la ciudad, ojalá pudiera morir sólo con la kriptonita.
Comprendo tu oficio. Comprendo el suplicio que debe ocasionar deber de ser perfecto, justo y modesto. Hay mucho mal que combatir, pero ¿Tú qué? ¿Qué hay de ti? Sé y comprendo que soy mortal, vulnerable, comprendo que no me quieras escuchar. Sé que no puedo volar, pero vuelve a mi ventana, vuelve a ser normal entre mis trazos de corazón sin solución y déjame escucharte.
Sé que eliminas el mal, superhombre altruista por poder volar. Pero sabes que la gente sufre igual. Dentro, en sus corazones, que no sólo son malos y villanos. Sufren y tú no puedes hacer más.
Si entre tanta lucha contra el delito quisieras verme otra vez, aquí pongo mi ventana a ciegas. 
No te martirices, ¡puedes volar! No te apagues, eres Superman.
Con cariño,
    Adolf.
 
Até la carta a un cordelito y el cordelito lo até a la ventana. La plastifiqué y la metí en otra bolsa plastificada para defenderla de la nieve y la lluvia. Miré la carta a través de la ventana durante varios minutos mientras me mordía la uña del dedo anular.

    De los días pasamos a los meses y la carta y el cordelito no dejaban de ondear así como mis pensamientos destructivos no paraban de aflorar. Y la pena se comió mi apetito. Fue la pena y es la pena que me amarra a este punto concreto de no retorno ni entorno. No me deja en paz. He escuchado mil doscientas veces la misma canción entre hoy y ayer. Y me da igual. Y me da igual vivir y hoy me da igual morir. Hasta que llegue mañana, y mañana, ya no tendré nada que hacer. Pero, ahora que sí que existe la voz diestra encarnada en tus labios cereza, ahora sí que me voy a levantar de este sofá. Voy a coger pintalabios de mujer y voy a masajear mis labios tersos en posición de felación. Peinaré mi bigote vellido, recto negro y definido para mi gran noche. Me alargaré las pestañas dejando un par o tres de grumitos. Hoy voy a ser la más bella e invisible de toda la fiesta. Esta noche se me olvidará el paquete en casa para dejarme acariciar. Sólo quiero beber licor en copa de Martini tan ancha que casi sea un plato llano y mirar de piernas cruzadas a todos los sujetos de los que me creo que me tengo que alejar, por su seguridad. Únicamente quiero observarlos y beber hasta vomitar.
 
Más tarde, volveré a casa y borraré mi fémina en la almohada. Algo más tarde, ya estaré dormido y me comerá la pena otra vez, esperando todavía a Superman, esperando ver todavía las avenidas arder, esperando tu voz diestra que me grite sin contemplaciones que Adolf, es quién merece ser.

Llegué a casa cansado. Me bajé de los zapatos, lancé el bolso en el sofá, masajeé mis cervicales y por inercia miré la ventana << No está>>. Fui corriendo a abrir la ventana y bajo un trozo de kriptonita, había una carta de Superman.

Ya sé que sabes muchas cosas que no deberías saber. Me tengo que alejar de ti. La otra noche expulsé en voz alta un porcentaje muy bajo de lo que se me pasa por la cabeza y me sentí extraño. Me sentí aliviado, pero me dio más en lo que pensar. Te escribo para explicarte que aquél beso me hizo vibrar, pero sé que contigo todo lo voy a verbalizar. Pero es que no puedo, soy un superhéroe y tengo muchas vidas que salvar y si caigo en tus brazos… sé que no voy a parar de sacarme de dentro y me volveré vulnerable cada vez más rápido y sin parar. Y me duele, me duele tanto que he sido capaz de traerte de pisapapeles un trozo de kriptonita sin si quiera agonizar. No puedo permitírmelo, no puedo desgajarme y plantearme si los malos son del todo malos y si realmente es a los buenos a los que hay que salvar. No puedo. Lo siento. Tengo que conservar esta fachada dura para delimitar el bien del mal.
  Siempre tuyo,
    Superman.

Abracé la carta con los ojos empañados  y la guardé con cuidado en la mesita de noche. Me tumbé en el sofá donde estuvimos hablando y pensando en todos mis males, pensé, <<deja de auto fustigarte tanto, has besado a Superman>. Y se me acabó dibujando una sonrisilla de medio lado. 

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