miércoles, 1 de marzo de 2017

LADY PATRICE Y EL PRÍNCIPE MORADO




   Érase una vez una reina en lo más alto de su más alta torre sentada en el tejado, observando

y acariciando a su preciado gato.

    Su nombre era Lady Patrice, pero a ella le gustaba que le llamaran Pato. Lady Patrice era la mejor reina de su reino, pero últimamente, estuvo más distante con todo ello.

    Un día pensaba en lo alto de la torre, mientras ondeaba su larga melena, << ¿Pero quién es toda esa gente que hay ahí abajo?>> Por no volver a pensar en su príncipe morado.

    Aquella tarde concretamente, la reina del reino más amplio tenía un banquete de etiqueta. Se vistió con sus mejores galas y recibió a Lady Eva.

    Tuvieron una larga charla de reina a princesa y de princesa a reina y subieron al tejado de la torre a mirar las estrellas. Les entró mucha hambre y bajaron a cenar. Se pusieron hasta arriba de ricos manjares. Sus barrigas iban a reventar, pero les encantaba demasiado la comida. Lo triste era que sabían que muchas veces, sólo podían confiar en ella. El placer más inmediato y seguro en sus impacientes vidas.

    Se dieron un gran abrazo efusivo y Lady Eva se fue en su carroza hacia su castillo en Arizona.

    Volvió la reina a su torre y como cada noche cerró las puertas y despidió con cariño a sus criados para estar sola. Se subió al tejado y encendió su tocadiscos con las canciones adecuadas para admirar y descomponer su reino más amplio. La noche estaba nublada y se empezaron a oír los relámpagos. <<Esta es otra noche, para pensar en mi príncipe morado>> se dijo. Releyó sus cartas de amor y secó sus lágrimas con las puñetas de su vestido largo. Cogió una pluma y un papel y le escribió que todavía estaban enamorados.

    Mandó a su paloma blanca a entregar su recado, pero pasaron los meses y jamás volvió el cuervo mensajero de su príncipe con una respuesta a su tejado.

    Alguna de esas noches lloró tanto, que los de bajo creyeron que llovía y se quedaron en casa resguardados. ¿Qué iba a pasar con su reino si su rey no aceptaba su reinado? ¿Qué iba a gobernar ella sin su rey a su lado?

   Un día, cuando menos se lo esperaba, apareció un hombre con sombrero gris y sin rostro portando dos cubos de agua con hielo en las manos. Amenazó a la reina con echárselos si no dejaba de amar a aquél ermitaño, que su reino la necesitaba, que debía dejarlo.

   Ella, que ya estaba curada de espanto le dijo <<Échame esos cubos por encima hasta que quede empapada y tiritando, porque aunque lo disimule o muera de una neumonía por intentarlo, yo le seguiré amando >>

   Desde la otra maldita punta del reino de los reinos, se encontraba el príncipe morado estrujando con sus manos a su cuervo con una contestación en su pico.

  <<Amo con locura y alevosía a Lady Patrice y por todos los dioses del Olimpo, necesito estar a su lado, pero no puedo dejarte volar hasta su torre con mi amor declarado, cuervo mensajero mío, porque es que todo esto, me parece demasiado complicado>>

    Y volvió así el príncipe morado a entrar en su oscura habitación llena de lagartos y a dejar lo obvio a un lado.

   Lady Patrice lloró y lloró hasta que se ahogaron su corazón, su razón y sus ojos destrozados. Después de permanecer mucho tiempo cogida a sus rodillas en lo alto de la torre mirando la luna, Lady Patrice bajó, se puso unas gafas de sol y se puso a buscar esposo por el bien de su pueblo. Todos los mozuelos del reino hicieron cola como locos hasta su trono para presentar sus buenos modos. Lady Patrice apoyaba su barbilla en los nudillos y dejaba caer su cuerpo en su trono de oro. A muchos ni les miraba, le parecían todos sosos. Sólo hay un príncipe que tiene que ser rey, y ese, tenía que ser el príncipe morado. Los pretendientes le recitaban poemas, le ofrecían sus tierras, hacían bailes sensuales, creaban misterios y discursos sobre el amor espantosos. Se cansó, cerró las puertas y retiró las hojas de solicitud de mozos.

    El pueblo empezó a darse cuenta de que su reina poco a poco se iba desmoronando. No comía, no bebía, no atendía a nadie para ayudarlo ni bajaba de su torre ni cuando venían los tornados.

    Una de las noches, la puerta de la torre se abrió. Era su querida institutriz que tanto le daba y le había dado. Le tocó el hombro por detrás y le dijo —Pero ¿Qué te pasa, Pato?— Lady Patrice se abalanzó en sus brazos. — Yo le amo tía, yo le amo por encima de todos— — Pero Pato… con lo buena que eres con tu reino y con los reinos de todos los otros ¿Por qué no buscas un amor tierno y candoroso, y no éste tormento eterno y vicioso. No le necesitas para reinar todo esto. — —Porque no creo en este mundo a nadie más que a su nariz y a sus ojos. —

    Lady Patrice salió al bosque un día muy lluvioso. Las gotas de lluvia caían aglomeradas al unísono con toda la ira del Todo Poderoso, estaba empapada, pero no le importaba en absoluto, le recordaba a tiempos mejores, a tiempos con su buen esposo. Patrice bajó por el camino que llevaba al río para encontrarse con la bruja del reino en su choza hecha de piedra y escombros. La bruja la esperaba con la puerta abierta mirándola llegar desde el porche. — ¿Que me querías, preciosa niña?— —Necesito que me digas la verdad, porque este silencio a miles de distancias me va a descomponer la cabeza y hacer que me rinda ante todo. — En la mesa había un tapete, y sobre él, agitó unas piedras preciosas en sus manos y los dejó caer en la mesa. A la bruja le desaparecieron los ojos. Volvió en sí y le dijo con voz de caramelo —Niña mía… Tú y él ya estáis y estaréis juntos por siempre, pero no sabría decirte quién de los dos es más tonto. Pero esta vez es él, el que tendría que reaccionar pronto. Te perderá como ha perdido a su reino por negarse a atenderlo. Las piedras de Yah me dicen que viene un caballero con un caballo blanco por el camino que lleva a tu castillo. No para de galopar muy decidido. Te dará lo justo de cada parte, para amarte desorbitadamente y hacerte enloquecer hacia lo brillante. Te esperan grandes planes. Volverás de nuevo a cuidar y querer a tu pueblo y recuperarás como se merece tu trono hasta lo más alto. Mientras, niña mía, quítate todas esas culpas, flagelaciones y destrozos de encima y mírate en este espejo mágico para poder verte como realmente eres, la mejor reina que tiene y tendrá, todo tu reino preciado. —

    Pasado un tiempo apareció un caballero subido a un caballo blanco declamando su amor a Lady Patrice en la puerta de su casa. Escuchó hablar a una paisana en una taberna con tanto fulgor y pasión sobre ella que rápido el caballero se enamoró y fue a tomarla en sagrado matrimonio. Al principio quedó bloqueada por semejante aparición del apuesto Don, pero a los minutos se acercó a él y le dedicó una mirada. Lo cogió de la mano sonriendo y se fueron a su castillo a ser felices y a comer higaditos y berberechitos ricos.

    Cuenta la leyenda que el reino de Lady Patrice creció y creció hasta conquistar el resto de reinos. Mientras, el príncipe morado siguió escondido en la alcoba de su castillo en lo alto de la más alta montaña fría alejada de su reino pensando en Lady Patrice en silencio.

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