No sé si será Octubre o todo lo que le
rodea, o sea el cinco. Como siempre no sé, no sé, no sé qué más puedo pervertir
con los pensamientos enfermos, que creo enfermizos para mi otra mitad. Para
volver a empezar, hoy me pegaría con alguien tan fuerte que no le dejaría
respirar. Sólo por mí, sólo por pegar. Gratis, sin ningún motivo más que querer
destrozar algo que respire y piense dentro del antropo centro del uni verso de
la mitad más codiciosa de mi propio pensar miento. Antes era miedo, luego me
empecé a asustar. Ahora soy miedo a medio camino que queda por escalar.
De pronto, un ruido extraño acechaba mi
ventana y me abstraía de mis pensamientos conmigo mismo. << ¿Qué será?>> me pregunté con la
manta envuelta en mi cuerpo y sujeta en el pecho. Calcé mis zapatillas de estar
por casa de conejito y anduve cauteloso hasta la ventana. Dios mío, eran una
capa roja y unas mallas azules que envolvían unas piernas preciosas. Me acerqué
más decidido, me quité la manta, me peiné el bigote, destartalé un poco mi pelo
y abrí la ventana. << ¡Ay mi madre, si es Superman!>> pensé con los ojos desorbitados. —Pe... Pero oiga
¿Es usted Superman?— <<Ay madre
que está llorando, pobrecito mío. >> pensé compasivo —¿Qué te pasa?— me miró
con los ojos ensartados, apretó los labios y me dijo, —No me pasa nada—
obviamente, no le creí — Ah… De acuerdo. Pues ¿Qué haces aquí tan triste en mi
ventana?— — Nada— acabó ese nada tan rápido como le obligó el nudo que retenía
con fuerza en la garganta. —Entiendo— le dije. Se hizo un silencio mientras
mirábamos al frente —Oye… hace un poco de frío aquí fuera ¿Quieres pasar? Tengo
té rojo recién hecho— mentiiira, pero quería que esos músculos y ojos caídos quisieran
entrar. — De acuerdo. — Y entró volando por la ventana.
Mantuvimos una conversación de
horas. El pobre al principio estaba más callado, así que no paré de hablar y
hablar contándole mis penurias y pecados. En algún momento de mi discurso sobre
mi monotonía letal, me cortó en seco y dijo, — Es que ese es el centro de todo.
Te levantas por la mañana, te vistes, te pones el traje de malla, los
calzones y la capa y encima el traje normal, vas al trabajo con tu pinta de
pardillo y luego sales a salvar vidas a pecho descubierto. Pero cada vez que
vuelvo a trabajar, vuelvo a ver que la gente está amargada igual. Que da igual
lo que haga, que mate villanos o trillanos, da igual. Todos seguirán sin
conformarse y sufrirán igual. Da igual el villano que aniquile o el ladrón que
atrape. La gente sufrirá igual. Y me da rabia e impotencia ¿Sabes? Joder… mucho
mejor, la verdad.— Algo me impulsó a acercarme a él en el sofá y coger su mano.
Me miró fijamente y nos besamos con pasión. De pronto paró en seco, me apartó,
me miró a los ojos y se fue a su súper velocidad.
Pasaron los días y seguía sin
noticias de Superman. Volví a
recorrer todas las avenidas que me oprimían para matar el tiempo, pero ninguna
noche aparecía. Decidí escribirle una carta y dejarla en la ventana por si
algún día que pasara la viera y se la quisiera llevar.
Sí, ya sé, ya sé muchas cosas que no
querría saber. Pero es ese remolino aislado de tu pelo engominado, el que no me
deja dormir. Tú me has despertado de este insomnio que ya es parte de mí.
Cansado de las mismas avenidas, cansado de mí. Ojalá pudiera también sobrevolar
la ciudad, ojalá pudiera morir sólo con la kriptonita.
Comprendo tu oficio. Comprendo el
suplicio que debe ocasionar deber de ser perfecto, justo y modesto. Hay mucho
mal que combatir, pero ¿Tú qué? ¿Qué hay de ti? Sé y comprendo que soy mortal,
vulnerable, comprendo que no me quieras escuchar. Sé que no puedo volar, pero
vuelve a mi ventana, vuelve a ser normal entre mis trazos de corazón sin
solución y déjame escucharte.
Sé que eliminas el mal, superhombre
altruista por poder volar. Pero sabes que la gente sufre igual. Dentro, en sus
corazones, que no sólo son malos y villanos. Sufren y tú no puedes hacer más.
Si entre tanta lucha contra el delito
quisieras verme otra vez, aquí pongo mi ventana a ciegas.
No te martirices, ¡puedes volar! No te
apagues, eres Superman.
Con cariño,
Adolf.
Até la carta a un cordelito y el
cordelito lo até a la ventana. La plastifiqué y la metí en otra bolsa
plastificada para defenderla de la nieve y la lluvia. Miré la carta a través de
la ventana durante varios minutos mientras me mordía la uña del dedo anular.
De los días pasamos a los meses y la
carta y el cordelito no dejaban de ondear así como mis pensamientos
destructivos no paraban de aflorar. Y la pena se comió mi apetito. Fue la
pena y es la pena que me amarra a este punto concreto de no retorno ni entorno.
No me deja en paz. He escuchado mil doscientas veces la
misma canción entre hoy y ayer. Y me da igual. Y me da igual vivir y hoy me da
igual morir. Hasta que llegue mañana, y mañana, ya no tendré nada que hacer.
Pero, ahora que sí que existe la voz diestra encarnada en tus labios cereza,
ahora sí que me voy a levantar de este sofá. Voy a coger pintalabios de mujer y
voy a masajear mis labios tersos en posición de felación. Peinaré mi bigote
vellido, recto negro y definido para mi gran noche. Me alargaré las pestañas
dejando un par o tres de grumitos. Hoy voy a ser la más bella e invisible de
toda la fiesta. Esta noche se me olvidará el paquete en casa para dejarme
acariciar. Sólo quiero beber licor en copa de Martini tan ancha que casi sea un
plato llano y mirar de piernas cruzadas a todos los sujetos de los que me creo
que me tengo que alejar, por su seguridad. Únicamente quiero observarlos y
beber hasta vomitar.
Más tarde, volveré a casa y borraré mi
fémina en la almohada. Algo más tarde, ya estaré dormido y me comerá la pena
otra vez, esperando todavía a Superman,
esperando ver todavía las avenidas arder, esperando tu voz diestra que me grite
sin contemplaciones que Adolf, es quién merece ser.
Llegué a casa cansado. Me bajé de los
zapatos, lancé el bolso en el sofá, masajeé mis cervicales y por inercia miré
la ventana << No está>>.
Fui corriendo a abrir la ventana y bajo un trozo de kriptonita, había una carta
de Superman.
Ya sé que sabes muchas cosas que no
deberías saber. Me tengo que alejar de ti. La otra noche expulsé en voz alta un
porcentaje muy bajo de lo que se me pasa por la cabeza y me sentí extraño. Me
sentí aliviado, pero me dio más en lo que pensar. Te escribo para explicarte
que aquél beso me hizo vibrar, pero sé que contigo todo lo voy a verbalizar.
Pero es que no puedo, soy un superhéroe y tengo muchas vidas que salvar y si
caigo en tus brazos… sé que no voy a parar de sacarme de dentro y me volveré
vulnerable cada vez más rápido y sin parar. Y me duele, me duele tanto que he
sido capaz de traerte de pisapapeles un trozo de kriptonita sin si quiera
agonizar. No puedo permitírmelo, no puedo desgajarme y plantearme si los malos
son del todo malos y si realmente es a los buenos a los que hay que salvar. No
puedo. Lo siento. Tengo que conservar esta fachada dura para delimitar el bien
del mal.
Siempre tuyo,
Superman.
Abracé la carta con los ojos
empañados y la guardé con cuidado en la mesita de noche. Me tumbé en el
sofá donde estuvimos hablando y pensando en todos mis males, pensé, <<deja
de auto fustigarte tanto, has besado a Superman>.
Y se me acabó dibujando una sonrisilla de medio lado.
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