Los años pasan,
caducan
y se enredan
en ese telar
en el que piensas,
que crecer es algo así,
como odiarte cada dos años
con más intensidad.
Los años, como los meses
se ponen perezosos
en cuanto intento recordar
qué edad tengo.
Se me olvida,
sin querer
o con un propósito férreo
porque si lo pienso,
¡Se me hiela la zona externón
y recuerdo en cuántas basuras vomité
y sigo vomitando
todo el calendario a borrón corrido
y raído de tanto
co-roer con los colmillos
todos los minutos
en los que no sé qué hacer
y prendo un fuego
y me siento a arder
para ver qué pasa!
Para ver...
qué
pasa...
para ver...
Para que acabe este sufrimiento
¡Para no volver a ese colchón lardoso
que huele a azufre y a huevos pochos
a vivos y muertos,
a locos y cuerdos,
a princesas y toreros,
a sudor y ceniceros,
al carnicero.
Al panadero.
Al cerrajero.
Al fontanero.
Y creo que al párroco un poco también.
Pensándolo mejor, no estoy tan mal.
Así que, aquí me quedo
a disfrutar de mi soledad.
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