Cada noche esperaba con un puño en su estómago a que aquél
viajero gris volviera a por su caja misteriosa a su motel. Contaba las bolitas
de un Rosario sin rezar nada sólo por matar el tiempo y la ansiedad que le
apresaban. Al lado del libro de visitas estaba la caja que se dejó el extraño
huésped. <<No puedes abrirla. Ni tú ni nadie de este mundo debe abrir la
caja. >> Recordaba nuestro héroe las palabras del viajero. Una noche, especialmente
estrellada, Julián escuchó unos pasos invisibles que se arrastraban hasta la
recepción. La vela que tenía como mera decoración titubeaba como asustada. Su
corazón se sobresaturaba. Los pasos cada vez se escuchaban más de cerca y la respiración de Julián se entrecortaba. Se
hizo un silencio extraño y vio una mano gris, vieja y fría custodiando la caja.
Julián miró como pudo, luchando contra el pánico sumo, al dueño de la mano
helada. Entre balbuceos consiguió preguntar << ¿V...V…vi vi viene usted a
por su caja? >> <<Efectivamente>>
Contestó el viajero con una sonrisa ladeada. Después de un micro infarto y un
alarde de valentía le preguntó qué contenía la caja. El viajero gris, con un
gesto entre compasión y acidez estomacal contestó: << La caja contiene la
verdad, y por el bien de tu pueblo y la sociedad, me la he de llevar para que
permanezca cerrada. >>
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