DE CUANDO UN TIPO LE CUENTA A UN JUGLAR LAS HAZAÑAS DEL CABALLERO GASPAR Y EL JUGLAR SOLO SE QUEDA CON QUE ES UN PETIMETRE CONDESCENDIENTE INTELECTUAL MÁS TONTO QUE EL CAGAR Y ALGO DE QUE TUVO UN LIO CON UNA LAVANDERA O UNA DONCELLA (CHICA, QUÉ MÁS DA) Y ESCRIBE UN CANTAR DE GESTA EN DOS PARTES PORQUE EL CANTAR ES TAN LARGO COMO UN DÍA SIN PAN.
Al alba,
de la torre bajó y blandió su espada el Hidalgo Narciso.
No blandió para luchar,
sino para lucir palmito
y anestesiar a sus enemigos
pues, no sabía matar
sino petular la húmeda por articulado y escrito.
¡Oh! Petulante caballero,
no hay en este reino suficientes versos
para describir sus sintagmas de más en espacios abiertos
Bueno, y ¡qué coño!
¡ Y en cerrados también debe ser vuestra merced un infierno!
¡Que seguro que se come a besos, frente al espejo!
y es de esos
que inventaría el micro y el amplificador para decirnos,
pobres plebeyos,
todas las cositas que seguro, no sabemos.
Seguía el alba,
y nuestro hidalgo de la torre narciso,
blandía todavía su hombría de paja a los cuatro vientos:
y dueño y señor de todo el conocimiento
encontró a una lavandera liviana en el camino
leyendo un libro de cuero.
-¿Qué hacéis, mujer?
-Intento aprender a leer para escribir bien.
<<Pobre, mujer y encima no sabe leer,
pero qué tierna, que de mí quiere aprender>>.
Blandió Narciso sus valiosas lecciones
durante todo ese día y toda la noche
y la lavandera, la pobre
no fue ni a hacer de vientre ni una vez,
¡por esperar a que dejara de hablar!
o ¡que parara aunque fuera a respirar aquel hombre!
pero no hubo hueco alguno;
y de tan inculta que se creía,
(y de la chapa infinita)
se enamoró del hidalgo narciso y de su discurso
que al final duró dos días, y tres noches seguidas
(porque al tercer día a la lavandera le dio un ictus
pero al Hidalgo Narciso le dio lo mismo).
DE CUANDO EL HIDALGO NARCISO SE CASA CON LA LAVANDERA
Y LO QUE PASA DESPUÉS.
Nuestro hidalgo,
que era todo un revolucionario,
casóse con la lavandera,
pese a nacer él en pluma
y ella en acequia .
Enseñóle todo lo que sabía,
mas procurando que no fuera ella más lista
(para no estropearle en las visitas).
Brindóle la providencial oportunidad
de ser su pupila
y así brindóle también,
lo
más
im-por-tan-te:
ser alguien,
en la vida.
Lavandera un día fulguró como sabía,
e Hidalgo Narciso quedó como al hierro,
adherida la lengua sin saliba;
y de tanta rabia que digería
bajóle a la lavandera la nube a los pies con intensa ira
y en su caballo panzón fuose cabalgando
con la cabeza erguida.
No cupo aquella querella
en el entendimiento de la doncella;
y aunque tuvo un leve retortijón de amor,
pronto le clamó la razón:
¡Por Dios nuestro y su verga!
¡DEJA QUE SE VAYA ESE PELMA!
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